


Hacía más de 30 años que mi padre no volvía a su ciudad de origen: Melilla.
Sin embargo, Melilla ha estado muy presente a lo largo de mi vida a través de referencias, historias familiares u objetos presentes por mi casa y las casas de mis tías : juegos de té morunos, pufs, chilabas (llegué a tener una diminuta a los tres o cuatro años), babuchas, pañuelos... o recetas como la pastela o el pollo a la moruna que han cocinado las mujeres de mi familia desde que tengo uso de razón.
Toda la vida quise ir a verla pero siempre, por algún motivo, el viaje se posponía. Finalmente logré verla hace pocos años aunque, paradójicamente, fue el primer viaje que hice del que no pude ver mucho ya que iba felizmente resguardada en la barriga de mi madre lo que supuso, imagino, un viaje cómodo pero frustrante como turista.
Cuando, por fin, fui me gustó muchísimo y me sorprendió la enorme personalidad de una ciudad tan pequeña: sus enormes y casi vacías playas, sus numerosos edificios modernistas, sus comercios, sus mezquitas, su sinagoga, sus parques, sus continuas referencias militares, su riquísimo (y barato) pescadito frito o su té verde con churros.
Todo ello conforman un lugar peculiar y distinto digno de descubrir y disfrutar.
Hoy he querido hacer una breve referencia a ella aprovechando el viaje de mis padres 34 años después porque me parece tremendamente injusto el olvido de ciertas zonas en España que todavía están por descubrir (más allá de las típicas experiencias milicianas) y que mantienen ese punto genuino y propio.
Éstos son los regalos que me trajeron y que me han encantado:un mono fresquito, unas estupendas babuchas y,como no, té verde y especias.
1 comentario:
ah que mono más chulo, yo también tengo unas babuchas me las trajo una amiga de su viaje de novios ;)
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