
Estos últimos días ha querido la casualidad que me haya aproximado al fondo marítimo en sus diversas dimensiones.
Por un lado, como regalo de cumpleaños, David me ha sorprendido con un libro que es una maravilla, De Profundis, una historia gráfica, película y material adicional de la última obra de Miguelanxo Prado. Un relato onírico que es un deleite para la vista y el oído.
Érase una vez una casa en medio del Mar. La casa tenía una torre que miraba a Poniente, una escalinata que se adentraba en las aguas, y un árbol, por Levante, que florecía entre marzo y abril. Allí vivían enamorados una mujer que tocaba el violonchelo y un pintor fascinado por el Mar y sus criaturas, por los secretos que guardaban sus profundidades, por los seres maravillosos que él imaginaba que las poblaban y por las costas de tierras lejanas al otro lado del mundo a las que sus aguas podían conducir si se sabía encontrar el rumbo.
Por otro lado he tenido la oportunidad de hacer buceo en el mar por primera vez en mi vida justo en el día de mi cumpleaños y, pese a ser una experiencia que consumió más energía de la esperada valió la pena.
Nunca imaginé que a pocos metros de la orilla pudiese acumularse tantas especies juntas: algas, peces de todo tipo, pulpos, estrellas de mar, cangrejos etc.
La imagen de la magnífica obra de este dibujante gallego y las imágenes reales que vi se han mezclado quedando en mi recuerdo como una sucesión de colores, tonos y seres marinos salidos de otro mundo más cercano al sueño que a la vida real.
Dentro de unos días comenzamos el curso. Sólo espero aprender a controlar mi cuerpo bajo el agua para poder disfrutar al máximo de esta nueva experiencia.
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